Hay un dicho muy común en las calles de Vallecas: “El Rayo Vallecano es especialista en resucitar equipos”. Cuando enfrente hay un rival moribundo, alicaído o similar… Ahí está el Rayo para ejercer de pagafantas y devolverle a la vida. El Málaga llevaba desde el 22 de octubre de 2020 sin ganar un partido en casa (hace 122 días). Y ahí fue la Franja, fiel al refranero popular, para cumplir con su papel y meterse en un lío. Porque el próximo sábado (16:00 horas, #Vamos) vendrá a Vallecas la Ponferradina, el perseguidor más inmediato con sólo 1 punto de diferencia (y el golaverage aventajado, 3-0 en El Bierzo).
Se hartan en el vestuario a mencionar el ascenso directo, porque resulta precioso hablar de utopías. Excesivo afán de vivir en las nubes que empieza a vestirse de desplome histórico. El de este domingo fue morrocotudo, pero lo peor es que apenas duele. La sensación insípida que transmite la Franja desde hace tiempo hace que noches como estas, que deberían ser particularmente duras, resulten desabridas. El club, que otea el horizonte vislumbrando su centenario, lleva tiempo bailando en la pista de la desidia. Y no reacciona.
La derrota fue resultado de un desastre colectivo e individual, pero también fruto de un enorme mérito del Málaga. Los de Pellicer pusieron justo el ingrediente que le faltó al Rayo: hambre. Conscientes de que en esta vida el que no muerde es mordido, salieron con el cuchillo entre los dientes a pelear cada balón. Y muy pronto encontraron premio: a los 4 minutos Joaquín soltó un derechazo desde la frontal que desvió la defensa rayista, haciendo inútil la estirada de Luca.
Tuvo el empate el Rayo, poco después, en las botas de Álvaro García, pero el chut se fue a la madera. Perdonar es delito y lo que vino fue el segundo andaluz. Error grotesco de Advíncula: soltó a su marca, se fue a por el delantero que ya estaba cubriendo Martín, dejó libre a Luis Muñoz, remató, gol y, para colmo, reprochó a sus compañeros. Fue un episodio más de un jugador enormemente talentoso, pero que años después de su fichaje sigue sin explotar. Y el crédito se acaba, si es que no se ha acabado ya. La fragilidad defensiva que suscita el peruano es una granada de mano en tu propio bolsillo. Un riesgo que sabes que en cualquier momento te puede costar caro. Mario Hernández, mientras, desconvocado; no estuvo ni en el banquillo.
El equipo quedó abocado a repetir la heroica de Cornellà: remontar un 2-0 fuera de casa. Pero no todos los días son viernes. La fórmula de Iraola, para ello, fue introducir a Andrés Martín y Montiel por Martín Pascual y Antoñín. Defensa de tres y a la guerra… Con palos de madera. Porque en ningún momento hubo sensación de que la remontada estuviese cerca. Ni siquiera el empate. Las primeras balas fueron francotiradores: muchos disparos lejanos que acababan siendo detenidos por Dani Barrio. Nulo rastro de Guerrero, que ni aportaba remates por alto, ni rompía líneas. Nada, todo quedaba condenado a la larga distancia.
Las últimas balas fueron centros laterales casi a ciegas. Y en esas se defendió a las mil maravillas la muralla de Pellicer, que acabó sin apenas sufrir para volver a sonreír en casa. Entre medias, otro enfado de la afición rayista con el VAR: entrada durísima de Juan Muñoz a la altura del gemelo de Fran García que se saldó con amarilla. Desde la cabina tecnológica lo vieron… Y se borraron. Enfilando el último cuarto de hora, la lógica invitaba a pensar que el partido acabaría siendo un asedio franjirrojo, pero nada de eso.
El ritmo fue lento y las ocasiones, invisibles. Caye tuvo el tercero tras regatear a Luca, pero Advíncula despejó casi bajos palos (aunque el chut no iba para adentro). Por el Rayo, sólo un disparo lejano de Pozo en el 89′ que frenó Dani Barrio ejerciendo un vuelo sin motor. Fue una victoria moderadamente fácil para el Málaga, que cogió músculo en la clasificación y se alejó del descenso.
El Rayo perdió no por ser inferior, sino por falta de coraje, de concentración. Por no poner lo único que la afición siempre le ha pedido a sus jugadores que pongan: actitud. Y eso, además de grave, es triste. Porque está desplomándose en la clasificación víctima de sí mismo. Ni es el fin del ascenso ni el equipo sigue metido de lleno en la pelea y “en dos semanas todo puede cambiar”. No. Vallecas está cansada de cuentos y quiere hechos. Pies en la tierra: el Rayo dentro de 6 días puede salir de playoff y ponerse a 14 puntos del ascenso directo. Esa es una realidad. A partir de ella, asumir y trabajar. Todo lo que se salga de ahí son cuentos, más cuentos.