“Tenemos que asumir que habrá momentos en los que dominaremos y otros en los que nos dominarán”, decía Iraola en la previa del encuentro. Y así fue. Rayo Vallecano y Almería escenificaron una pelea sobre el cuadrilátero en la que un boxeador arrinconaba al otro y le propinaba una paliza que te hacía pensar “lo está reventando”, pero minutos después su rival se reponía y replicaba con la misma ferocidad. Era un partido de rachas, en las que la potestad se turnaba entre la posesión peligrosa de los andaluces y la estéril de los vallecanos. Ese era el matiz: el Almería la tenía para atacar y el Rayo, para mantenerla.
Pero la disputa por la vara de mando fue un envite precioso. El Almería es quien más posesión tiene de Segunda (60,2%) y el Rayo, el tercero (56,8%). Ambos usan el dominio como principal arma… Pero pelota sólo hay una. Mientras el partido fue un 11 contra 11 se impuso -y con autoridad- la dialéctica de José Gomes: Sadiq la tuvo a pase de Akieme, pero Velázquez metió su bota derecha in extremis para evitar el estropicio. El Rayo estaba incómodo, no encontraba el arma para hacer daño a su oponente, que sí rondaba el tanto.
El punto de inflexión llegó en el minuto 27: roja directa a Advíncula. El peruano levantó demasiado la bota al ir a pisar un balón, perdió la referencia y le clavó los tacos en la espinilla a Sadiq, que rápidamente se fue al suelo. No lo dudó Iglesias Villanueva (hermano de Ignacio y árbitro, también, del Tenerife-Rayo que tanta polémica suscitó), y mandó al lateral a la bocana de vestuarios. Advíncula intentó romperse la camiseta varias veces envuelto en la ira, no daba crédito. Tampoco sus compañeros. Pero el Rayo debía afrontar poco más de una hora de juego con un hombre menos.
Perdónenme por desconocer el refranero español, pero me viene a la cabeza uno que dice “no hay mal que por bien no venga”. Ya, es un clásico, no pidan más. Pero escenifica a la perfección la situación, pues con diez futbolistas el Rayo despertó, dio un paso adelante y dejó, al menos, de sufrir las incesantes embestidas del Almería. Para reorganizar al equipo Iraola dio entrada a Mario Hernández por Pozo: 4-4-1 con Antonín suelto en punta y dos bandas (Andrés Martín-Isi) profundos. La fórmula dio resultado.
Y eso que Morlanes a los 3 minutos de segunda parte estrelló un balón con el larguero (de esos que dejan la portería temblando varios minutos). El zapatazo, impresionante, dejó mudo un ya de por sí desangelado Estadio de Vallecas. Pero poco más, porque el Rayo se hizo con la posesión y manejó el partido de manera notable, sin sufrir en defensa, siendo muy disciplinado en las líneas y sacrificado en los esfuerzos. Tal vez esa fue la clave, que en inferioridad todos entendieron que, en esas circunstancias, el esfuerzo era innegociable. Y el equipo se convirtió en un bloque compacto.
Sólo faltaba el ataque, donde la inferioridad sí se hacía notar más, porque Antoñín estaba demasiado solo y sus compañeros no podían subir a la ligera para acompañarle. El gol acabó siendo un Isi-Antoñín-Andrés Martín contra el mundo, tarea utópica. Pero con coraje llegaban ‘UYs’ a cuentagotas. Andrés Martín, desde muy lejos, amenazó la meta de Makaridze. También la tuvo Sadiq desde una posición escorada: salvó Dimitrievski.
Iraola cambió el esquema para afrontar los últimos 15 minutos dando entrada a Qasmi y Mario Suárez por Antoñín e Isi: Trejo se fue algo más a la banda derecha, pero el objetivo era reforzar el medio del campo y amarrar, al menos, el empate. Porque a esas alturas el punto valía oro. Aunque la victoria se volvió jugosa cuando rozando el 80, Sadiq vio la segunda amarilla tras levantar la pierna en un balón dividido. Quedaban diez minutos de 10 contra 10. Qasmi pidió penalti por un codazo de Maras dentro del área… Pero ni el colegiado lo pitó ni entró el VAR. Fue el postre de una tarde que aún guardaba su guinda.
Literalmente en el último minuto, Cuenca le ganó la posición a Comesaña y remató un balón en el corazón del área para batir a Dimitrievski, que la tocó, pero no consiguió sacarla. El final, cruel como pocos, acabó con el carácter de ‘inexpugnable’ de Vallecas y devolvió al barrio el amargo sabor de la derrota como local. El Rayo supo jugar en inferioridad, pero se tambaleó en igualdad. Parece que le favorecen las cuestas arriba, que se motiva ante la adversidad. La imagen fue positiva -al menos en lo que a esfuerzo se refiere- pero sin gol no hay ascenso. Y con despistes en el descuento, menos aún.