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Betis 1-1 Rayo Vallecano (3-2): ‘Fue un sueño mientras duró’

No fue bonito, fue precioso. Y real mientras duró. Un sueño en vida que dejó a un barrio a las puertas de una final de Copa (carai, sigue impactando hasta leerlo). El Rayo Vallecano nadó a contracorriente, pese a ser dado por ahogado, para llegar hasta la orilla y, ahí, morir con la cabeza alta. No habrá una Franja el 23 de abril en La Cartuja; y la herida, aún en carne viva, cicatrizará con el tiempo y permitirá ver con perspectiva lo mayúsculo de lo conseguido. Lo que ha hecho el Rayo de Iraola. Y lo que a punto estuvo de hacer. Un equipo que será recordado eternamente por un barrio que, si ahora mismo pudiese, le daría un aplauso de cinco minutos. Porque Vallecas, criada entre sonrojos y barros, sabe valorar más que nadie el sudor. La entrega. Agradecer que le hayan hecho soñar así. Y arropar en las malas.

Iraola se soltó la melena y apostó por el equipo de gala con una única novedad: Pathé Ciss. El senegalés era ‘El Plan’ de la pizarra de Usúrbil, titular con una consigna clara, ser la sombra -y a ser posible, pesadilla- de un Fekir entre algodones. El resto fue lo esperado, con Luca Zidane como ya propietario de la portería y Mario Suárez, cada vez más afianzado junto a Catena. Arriba, sin el Tigre (pinchazo en el gemelo), repitió Sergi Guardiola. Un 4-2-3-1 clásico de ese Rayo de gatillo fácil para armar estampidas e intrépido en la presión. Intenso, muy intenso, probablemente el ingrediente básico de un equipo que más allá del talento, se sustenta en la mordiente.

En corroer el machete con fuerza y mirar a los ojos del rival. Aunque este salga al campo con 60.000 personas dibujando un espectacular mosaico y cantando el himno a cappella. Nada achanta a la Franja, creedor de sus opciones pese a atravesar el peor momento de la temporada y verse a los pies de un Himalaya. Tras perder en Vallecas, túnel de William Carvalho a Catena mediante (1-2), la noche exigía una victoria para seguir con vida. Es decir, algo extraordinario. El Betis tuvo unos primeros 10 minutos mejores en los que Juanmi asustó con un cabezazo a cámara lenta que Luca detuvo volando a su derecha.

Tras sacudirse la tensión, los de Iraola se fueron soltando y tuvieron tramos de sobresaliente. Apretando muy bien la salida de balón rival, tocando tranquilamente en un derroche de personalidad y disparando… No, ese seguía siendo el problema. El gol. Mucha ruptura por banda, aún más centros y ningún remate. No es culpa de Sergi Guardiola, es una cuestión de juego colectivo. Algo falla a la hora de pisar área rival. Porque de ahí para atrás el engranaje sí funcionó: firmeza atrás y mucha posesión de balón. La Franja se fue al descanso tras haber sufrido sólo un disparo, el citado de Juanmi. Porque un rebote en Mario Suárez que se coló entre las piernas de Luca y este blocó sobre la línea, a la estadística, no cuenta. Por el Rayo, la más clara fue un trallazo muy lejano de Isi que tocó en Edgar para marcharse a córner.

Y entre medias, un arbitraje horroroso de Martínez Munuera, juez de buen tallaje que también tiene días malos. Este lo fue. Se antoja difícil señalar más faltas absurdas y dejar sin castigo cosas tan de naranja. Su criterio resultó incomprensible para ambos equipos, aunque el Rayo se marchó aún más enfadado al descanso. Tenía motivos: un piscinazo de Canales le privó de un contragolpe 2 vs 2 y cuando se marchaban en velocidad en el último segundo del añadido… Señaló el descanso. La segunda parte, visto el marcador y la temperatura, se preveía ajetreada. Quedaban sólo 45 minutos para conocer al segundo finalista de la Copa del Rey. Recuerdo que en esta crónica se está hablando del Rayo. Y de un finalista de Copa.

Y el partido se rompió, deambulando siempre en una fina cuerda floja de máxima tensión. Digna de Psicosis. Cada ataque despertaba más congoja porque, con el cronómetro cada vez más avanzado, los goles ganaban en transcendencia. Superada la hora de juego los vallecanos ya habían tenido dos, un disparo alto de Pathé Ciss y una mano de Pezzella dentro del área que el silbato valenciano no señaló; tampoco Mateu Lahoz en el VAR. El balón le dio, pero fue totalmente involuntario. Un gris. Con el Betis tembloroso, Iraola dio entrada a Comesaña y Nteka. Más control en el medio y piernas frescas en banda.

Pero la aguja de la pólvora seguía sin enhebrar. En el minuto 70, el Rayo seguía sin disparos a portería. Con mucho corazón y más personalidad, pero nada de olfato. Había que marcar y aún no se había probado a Bravo. Canales y William Carvalho, desde 25 metros, probaron fortuna sin encontrarla. También Fekir, que con los primeros síntomas de flato en Óscar Valentín y, por ende, en el Rayo, perdonó dentro del área: su zurdazo, centrado, acabó en los guantes de Luca. El all in supuso la entrada de Bebé y Sylla por Mario Suárez y Sergi Guardiola.

Y en las botas del portugués se asomó el milagro. Una falta a 30 metros, perfecta para su cañón, ese que a veces manda balones a Teniente Muñoz Díaz pero otras… Ay, otras. Se tomó su tiempo para respirar, para apuntar, para calibrar. Metió la bala y la puso en la escuadra corta de Bravo, que voló impotente. Incapaz de llegar a ese obús. Siquiera tocarlo. Locura absoluta en el banquillo vallecano; silencio en la grada. Se asomaba la prórroga… Y como se asomó, se esfumó. Joaquín filtró hacia la espalda de la defensa, Canales buscó un pase hacia atrás y tuvo la suerte de que el cuero rebotó en Catena y cogió dirección a portería. Despejó Fran García sobre la línea y, cruelmente, lo empujó Borja Iglesias. Era el 91′. Fue el KO. Doloroso. Demasiado.

El Betis rugió y jugará la final de Copa el 23 de abril. El Rayo murió de pie, a orillas de La Cartuja y con la cabeza alta. Punto y final a uno de los capítulos más bonitos de la historia de la Franja. Con el final más cruel posible. Lo que hoy es tristeza, mañana será orgullo. Fue precioso mientras duró. Un sueño.

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