Bye, bye, Anfield. Ya era idílico hablar de Champions en diciembre, pero en 2022 ha pasado a utópico. Ni el más optimista, con el manual de realismo en la mano, puede sentir que aún hay opciones. La Franja ha pasado en dos meses del idilio a la enfermería. Aún no ha ganado en Liga en todo el año y contra Osasuna, el más sencillo de los guantes que va a recoger en casa de aquí a mayo, fue un sonrojo.
Sobre el césped, con el equipo irreconocible y en la grada, con bis de restricciones en el fondo que dejaron sin animación, Bukaneros (se marcharon), Indar Gorri (abandonaron en solidaridad) y latidos. Sin alma. No hubo Vallecas, que se desabrigó con uno de los ambientes más enrarecidos de los últimos tiempos. Y el listón estaba alto.
Así, los de Iraola fueron un títere extraño en manos rojillas. Un equipo errático, sin sangre en los ojos y con heridas por todo el cuerpo. Ni un sobresalto se llevaba Sergio Herrera y Dimitrievski, en cada acercamiento, sentía taquicardias. El primer gol llegó tras un despiste de Kevin Rodrigues, que se relajó pensando que el balón salía por línea de fondo y cuando parpadeó, Moncayola ya había voleado un centro del Chimy Ávila desde la línea.
El segundo llegó repitiendo insipidez. Rubén García galopó hasta la frontal, soltó un misil al segundo palo y marcó ante la débil intervención de Dimi, con la mano gelatinosa. Era difícil, pero pudo hacer más. Sonrisa del Joker y partido prácticamente zanjado.
Aunque el de Usúrbil intentó agitarlo con un doble cambio en el descanso: Trejo y Sylla por Isi y Saveljich. Óscar Valentín pasó a jugar de una especie de falso central derecho. Y el equipo mejoró, aunque sin avasallar. Abundancia de llegadas por banda y de centros con más fe que precisión. Superada la hora de juego recibió en el punto de penalti Falcao y el tiempo se detuvo. Tiempo para pensar y espacio para marcar. Sólo la posición ya era tres cuartos de gol. Pero falló, disparando muy centrado y permitiendo a Sergio Herrera lucirse.
Pudo sentenciar la sentencia Osasuna por medio de Moncayola, pero su volea, también a merced, se marchó a las nubes. El Rayo insistió en una recta final de corazón. Tan desordenada como brava. Ímpetu puro y duro. Pero no hubo suerte, la noche estaba escrita como una pesadilla y lo fue hasta el final. Porque Falcao cabeceó a la red y se lo anularon por mano en la confirmación definitiva de que nada iba a salir. La puntilla, que se hizo de rogar, llegó por medio de Kike García, ya en el descuento. Hay tardes para olvidar. Y para reflexionar.