En el Toto Lorenzo, la figura del entrenador eclipsa a la del jugador, salvándola de un olvido meramente futbolístico. Así queda elegante y parece otra de sus insólitas ocurrencias. Fue un jugador del montón, pero un entrenador que en su tiempo vivió siempre en posición adelantada. Las dos facetas coinciden en el Mallorca, al que asciende de Tercera División a la máxima categoría en tres años consecutivos, dirigiendo y jugando a la vez en el primero de ellos (1958-1959). Es esta una anécdota real, entre todas las reales e inventadas por él que se le atribuyen.
Arduo trabajo es resumir su doble vida en el espacio de una nota.
Juan Carlos Lorenzo nace el 27 de octubre de 1922 en Buenos Aires.
Como futbolista se inicia en las inferiores de Chacarita Juniors y forma parte del plantel que sube a Primera División en 1941. Pasa por Boca Juniors, Quilmes, la Sampdoria, el Nancy francés, el Atlético de Madrid y, antes de fichar por el Mallorca, viste la Franja, de 1957 a 1958. Ese año el Oviedo gana el título y el Rayo Vallecano finaliza sexto, entre el Condal y el Alavés.
Sus logros más sonados son los títulos que consigue como entrenador, los que casi consigue y las fabulaciones y certezas que lo tienen de protagonista.
Considerado uno de los mejores entrenadores del fútbol argentino, el Toto dirige la Selección Nacional en los mundiales de 1962 y 1966. En el de Chile no lo acompaña la suerte; y en el de Inglaterra, el árbitro.
Después de esa experiencia, regresa a Europa para dirigir a la Lazio y a la Roma. Con el primer equipo gana la Serie B y con el segundo, la Copa de Italia.
Al mando de San Lorenzo consigue dos títulos (un bicampeonato del año 1972). En uno de esos torneos el equipo termina invicto.
Ya en el Atlético de Madrid es el primero en conocer el nefasto límite contra el que hoy lucha Simeone: pierde la final de la Copa de Europa en 1974, frente a el Bayern de Múnich. En ese plantel juega quien sería el otro sabio de los banquillos, su comparación española ineludible: Luis Aragonés.
De nuevo en la Argentina, pasa rápido por Unión de Santa Fe y llega a Boca, donde firma sus grandes triunfos ganando cinco títulos. Entre ellos, las dos primeras copas Libertadores del club (1977, 1978) y una Copa Intercontinental (1977), la primera de Boca Juniors en su historia.
En sus últimos años, el zapping constante se hace más frenético: Racing Club, Argentinos Juniors, repite en San Lorenzo y en la Lazio. Luego dirige al Atlante mexicano y se retira en Boca, con 30 años de carrera.
El Toto Lorenzo usaba siempre la misma gorra, porque decía que le daba suerte.
En el Mundial de Chile estaba obsesionado con que espías observaban el trabajo del equipo. Entonces ordenó que el ómnibus que llevaba a la selección albiceleste al entrenamiento recorriera cada día un trayecto distinto, pero saltándose por lo menos una vez un semáforo en rojo durante los viajes. “Una cábala que da suerte”, pensaba.
Siempre era el último en entrar a la cancha.
Y se paseaba frente al banquillo rival, lentamente, para impedir que el entrenador viera el partido.
La idea de espiar los entrenamientos no le pareció mal. Antes del debut con Bulgaria, organizó un operativo casi militar para espiar a los rivales. Los jugadores se camuflaron entre los árboles y los matorrales, se arrastraron por la tierra, treparon paredes… Después del esfuerzo, con las piernas llenas de cortes, al llegar al entrenamiento descubrieron que había unas 2000 personas siguiéndolo. El acceso era libre.
En ese Mundial alineó tres equipos completamente diferentes y con los jugadores fuera de los puestos habituales.
Durante sus etapas italianas, si ganaba un partido vestía siempre igual hasta la próxima derrota: las mismas chaqueta, camisa y corbata, el mismo pantalón y los mismos zapatos.
Cuando dejó la Lazio para dirigir a la Roma, lo insultaban por la calle.
Hubo un tiempo en que la Roma estuvo al borde de la quiebra. Lorenzo se presentó con sus jugadores en el Teatro Sistina para pedir limosna a los espectadores. Recaudó solo unas monedas.
En el Mundial de Inglaterra los jugadores no lo aguantaban más. Instalado con el equipo en Albany, una ciudad cercana a Birmingham, apenas organizó un amistoso lamentable contra un equipo amateur entre los amateurs, formado por obreros austríacos: un conductor de tractores, un cerrajero, un soldador, un albañil, un pintor a soplete, un electricista y, como intruso en el grupo, el empleado de una compañía de seguros.
“El día previo a la final ante River en el Nacional 1976 yo tenía el pie derecho jodido. Lorenzo me llevó al consultorio e hizo pasar a toda la prensa. Estaba en la camilla, todo tapado, con Merthiolate en la pierna izquierda y el médico hizo que me ponía una inyección. “Me la dio en la otra pierna, maestro”, le dije después, cuando todos se fueron. ‘Es para que mañana te peguen en la que tenés sana, boludo’, me dijo. ¡Y así fue!”, recordaba Mastrángelo.
La nota no alcanza para más anécdotas. (Entre las descartadas, la famosa de Rattín contra los ingleses pidiendo un intérprete al árbitro, porque se lo había dicho Lorenzo. Rattín fue expulsado. Ahora está descartada a medias).
El Toto, al que también apodaban Giancarlo, muere el 14 de noviembre de 2001 en Buenos Aires, a los 79 años. Sus cenizas son parte eterna del césped de La Bombonera. Entre todas las camisetas que defendió siendo jugador o entrenador, hay una que lo vuelve especial y todavía más entrañable. Por eso hoy quisimos recordarlo.