El fútbol es ese deporte que tiene mil factores, pero al final sólo uno decide quién gana y quién pierde: el gol. Tu puedes hacer un juego exquisito o ser lo que hoy en día se denomina ‘antifútbol’, que si llegado el 90′ llevas menos goles que tu rival, pierdes. Y viceversa. Es una teoría simple que el Rayo Vallecano parece no haber asimilado del todo. Porque es un equipo que hace todo (bueno, casi todo) bien menos lo verdaderamente importante. Y que tiene la dichosa manía de pegarse a menudo disparos en su propio pie.
Tras la victoria en Zaragoza (1-2) los partidos a domicilio habían tomado otro color. La vida lejos de Vallekas ya no era tan negra. En esas, tocaba saltar al césped de Butarque para jugar un partido de los que valen más de tres puntos. El Leganés se antoja rival directísimo por el ascenso. Era un partido de los que no sólo miden la capacidad futbolística del equipo, sino también la mental. Un simulacro de cuáles eran las verdaderas capacidades de este Rayo.
Y el resultado es poco concluyente. Porque los de Iraola en la primera parte, ciertamente, fueron superiores a su rival. El Leganés se adelantó en los primeros minutos tras una acción inverosímil: rebote, taconazo impresionante de Bustinza y remate de Arnáiz entre las piernas de Dimitrievski. Fue casi un homenaje a la Ley de Murphy; todo lo que pudo salir mal, salió mal. Los vallecanos pidieron roja a Róber Ibáñez por una durísima entrada sobre Trejo. No la mostró Prieto Iglesias.
A partir de ahí se vieron mayoritariamente Franjas. Pozo tuvo la más clara en un mano a mano con Cuéllar que ganó el portero con una mano espectacular. También perdonó Andrés Martín de volea (por centímetros). Qasmi, tras un centro desde la izquierda, no acertó al remate. Álvaro García, en una contra la mandó al lateral de la red. Pozo, desde dentro del área, la cruzó demasiado. Una, otra y otra, pero no llegaba el gol. El Leganés sólo se asomó en un disparo a balón parado que se estrelló en la madera.
Tras el paso por los vestuarios el guion se mantuvo. Cuéllar se puso la capa de héroe y salvó a los suyos. Una de las paradas más espectaculares fue en los primeros compases de la primera parte, cuando voló hacia su derecha para despejar un remate de Martín. No había manera. Seguía apretando el Rayo, pero Dimitrievski se pegó un tiro en el pie a él. En el minuto 63 el portero vio la roja directa por protestar. Primero dijo algo y el colegiado le mostró amarilla, tras avisarle, continuaron las protestas y Prieto Iglesias retiró la amarilla para sacarle roja directa.
La consecuencia directa de aquella acción fue que tuvo que debutar Luca Zidane, único jugador de la plantilla que aún no había tenido minutos esta temporada. La indirecta, que Trejo tuvo que ser sustituido entre un enorme cabreo y que el ‘efecto asedio’ se difuminó. En el 10 vs 11 el color ya no era tan vallecano. Todo se hacía cuesta arriba y moralmente las fuerzas escaseaban.
Borja Bastón anotó el segundo tras un pase alto, pero el gol fue anulado por fuera de juego. La cuestión es que en el minuto 80 el Leganés también se quedó con diez jugadores. Álvaro García se marchaba literalmente solo cuando Rubén Pérez le agarró descaradamente de la cintura. Ahí despertó el equipo, que enloqueció pidiendo un penalti clamoroso por mano de Javi Hernández. Él no quería, pero le da. Es penalti. El árbitro ni lo pitó ni fue al VAR. No daban crédito ni Iraola ni sus soldados.
El Rayo pensará: ¿Y qué más tengo que hacer? Pero la respuesta es bien sencilla: meter la pelotita y dejar de inmolarse. Son las tareas pendientes de un equipo que se gusta y desprende calidad a raudales (aunque en días como ante el Cartagena se asome una Cara B preocupante), pero no cierra la faena. Hay plantilla; hay equipo. Pero no hay gol. El Leganés es el mejor local de toda la categoría, pero la Franja consiguió que los cimientos de su coliseo por momentos se tambaleasen. Al Rayo le falta dejar de ser un temblor y convertirse en terremoto. Le falta creer. Y dejar de pifiarla de manera gratuita. Porque del arbitraje nunca podrá encargarse.