El Rayo Vallecano jugará la final del playoff por volver a Primera División. Lo que pintaba a trámite tuvo momentos de pánico. Porque El desembarco de Leganés, por momentos, pareció teñirse de negro. Pero acabó siendo un grito de desahogo. El Leganés salió con la soga en la mano, dispuesto a ahogar a su rival imponiendo un ritmo trepidante. Pero el Rayo es doctor en sufrimiento, un funambulista que se crece cuanto más fina es la cuerda y más alta la altura. Lo ordinario le aburre y lo difícil le pone. El Leganés quiso bailar a ritmo de Rock & Roll, pero esa Franja que ya roza el centenario tiene tatuada en sus venas el “¡Resistencia!” de Ska-P. Y eso hizo, resistir.
El partido empezó siguiendo el rumbo que marcaban los cánones. El Leganés tenía que salir a morir desde el minuto 1 y cumplió, aplicando un ritmo eléctrico que el Rayo fue incapaz de seguir. Si Iraola, en la previa, hizo una oda a la “personalidad”, eso fue justo lo que le faltó al equipo. Porque durante los primeros 45 minutos el balón, para el cuadro vallecano, fue lava. Nadie lo pedía, nadie lo quería y, cuando tocaba recibirlo, los nervios se volvían protagonistas. No daba tres pases seguidos el cuadro franjirrojo, que necesita imperiosamente la pelota y si no lo tiene, sufre. Jugando así, blanco y en botella. El Rayo aún no se había ni colocado los guantes cuando se llevó el primer derechazo.
La banda de Mario Hernández era un agujero: tal vez por la inexperiencia o por la falta de rodaje (exceptuando la ida, sólo había jugado en uno de los últimos 13 partidos), fue un temblor constante. Y Garitano, que olía la sangre, dio orden explícita de asediarlo. Era la ruta para encontrar petróleo. En el minuto 11 le ganaron la espalda, Isi se confió pensando que Saveljich llegaría a despejar un pase en profundidad… Y quién se anticipó fue Jonathan Silva, que puso un centro raso, Miguel De La Fuente lo dejó pasar y Róber Ibáñez, con la zurda en el punto de penalti, fusiló a Luca y lo mandó a la red.
El termómetro de la congoja vallecana pasó, en una fracción de segundo, de 100 a 1.000. Butarque, en pie, entonó el ¡”sí se puede!” y el Leganés, consciente de que ya había dado el primer paso, retrocedió para coger aire. En su plan estaba marcar pronto para poder reducir una marcha, asegurarse no encajar, y jugárselo todo en la segunda parte. Lo cumplió a rajatabla. El Rayo, que poco a poco fue desgarrándose la camiseta, tuvo pocos brotes verdes: Luca Zidane, Catena y Trejo fueron vasos de agua en un desierto abrasador. Y López Toca (árbitro del suspendido Rayo-Albacete), puso el listón tan bajo que se fue a la caseta con tres tarjetas evitables (Catena-Saveljich-Rubén Pérez).
Ya era oficial: lo de Butarque estaba siendo la mayor guerra de toda la temporada en Segunda División. El partido más caliente hasta la fecha con mucha diferencia. Saveljich tuvo que ser sustituido en el descanso por lesión; entró Velázquez. Soldados a las trincheras, quedaban 45 minutos de resiliencia para jugar una final. Y la Franja, escoltada por el enorme talento de Trejo, despertó. Porque la primera parte fue un desastre; pero la segunda, brillante. Y la entrada de Andrés Martín por Qasmi, clave para sacudirse la zozobra y salir de la cueva: el partido del de Pontoise fue ominoso. Probablemente su peor actuación en los últimos meses. Perdido e inexistente.
El Rayo empezó a ser el Rayo. A tocar sin miedo y a dominar con balón. Y el Leganés, que iba ya en reserva por el esfuerzo inicial, no pudo responder. Rozando la hora de juego tuvo que volar Riesgo para meter una mano abajo y evitar el tanto de Trejo. Aviso a navegantes de lo que se venía, el gol de la tranquilidad. Del jolgorio. Fue una carambola dirigida por la Virgen de la Santa Batalla Naval, si es que existe. El Chocota puso una falta desde 40 metros, Velázquez cabeceó al aire y el balón le dio en la espalda a Sergio González, con la mala suerte de que se convirtió en un remate imparable hacia su portería. Iraola, al que la acción pilló sentado, apenas se inmutó. Apretó el puño, miró al linier para cerciorarse de que lo que estaba viendo era real y chocó manos con un miembro del staff.
Todo lo contrario que el resto de la expedición. Alberto García, capitán del Santa Inés, rompió de alegría en la grada mientras se abrazaba con Cobeño, también enloquecido. Todos los jugadores del banquillo hicieron piña y hasta algunos bajaron a la valla a abrazarse con miembros del cuerpo técnico. Ese gol obligaba al Leganés a tener que meter cinco, una utopía. Los pepineros se echaron al ataque a corazón abierto, pero sin creer. Y en una contra la Franja les ejecutó.
Fran García puso un centro al segundo palo, Isi tiró una pared de primeras y Andrés Martín, a portería vacía, hizo el definitivo 1-2. Fue el tiro de gracia a una eliminatoria de infarto. Butarque, en un gesto emocionante, se puso en pie y aplaudió a su equipo, agradeciéndole el trabajo realizado a lo largo de toda la temporada. Los jugadores, cabizbajos, sabían que definitivamente se habían quedado sin ascenso. Y el Rayo, cuyas pulsaciones por momentos rozaron las 200 por minuto, por fin pudo gritar y respirar.
La Franja se jugará la gloria ante el Girona. Volver a Primera División. Quinto contra sexto. La ida, en Vallecas, el domingo 13 de junio (21:00 horas, Movistar LaLiga y #Vamos); la vuelta, en Montilivi, el 20 de junio (21:00 horas, Movistar LaLiga y #Vamos). La guerra de Butarque, que tuvo tramos de pesadilla, acabó en idilio. El Rayo es un maestro en lo suyo. En hacerte temer lo peor y acabar dándote lo mejor. Es como ese amigo que tiende a desesperarte pero no puedes quererle más. Algo imprescindible. Un cachito del corazón del barrio. Un sentimiento de Primera, pase lo que pase.