
Era una quimera. El Rayo Vallecano se había condenado a ganar y esperar, fruto de un estropicio en los últimos minutos de la jornada 41. Nadie lo olvida. Ese gol de penalti de Rubén Castro hacía que a la franja sólo le valiese vencer y aguardar una derrota del Fuenlabrada y un pinchazo del Elche. Fórmula casi utópica.

La jornada tornó en extraña hora y media antes, cuando se confirmó la suspensión del partido del Fuenlabrada en Riazor tras el positivo de diversos jugadores madrileños. LaLiga, en acuerdo con Federación y CSD, decidió seguir adelante con la jornada 42 sin el vital choque en Galicia. Los clubes entraron en cólera y dará que hablar, pero tocaba jugar.
Ese hedor extrañó nubló a los soldados de Jémez, que empezaron descentrados. Durante la primera media hora de juego la monotonía del fútbol seguro y la lentitud se apoderó de los futbolistas de ambos bandos. Pero el primer derechazo dentro del ring lo daría el colista. Siverio remataría para batir a Dimitrievski y establecer el estado de alarma en Vallecas.
Al descanso, resultado adverso y empate en Elche (1-1). El Fuenlabrada sería matemáticamente equipo de playoff, suscitando aún más polémica, pero el Rayo reaccionaría. Primero marcaría Álvaro García, igualando la contienda y desatando la reilusión. La remontada llegaría desde los once metros, obra de Mario Suárez, un seguro desde la pena máxima.
El crono corrió y el Rayo amarró sus deberes basado en la veteranía. Eso que tanto se ha añorado esta temporada. Matando el ritmo en los balones divididos, sin sufrir, sin dejar espacios. Era el momento de transistor y móvil. De fijarse en lo que pasaba en Elche. Y desde el Martínez Valero las noticias se torcerían.
El conjunto ilicitano ganó (2-1) a un Oviedo sin nada en juego y el Rayo no será equipo de playoff. De no haber empatado aquel partido ante Las Palmas, el equipo estaría ahora mismo en promoción (a expensas de Riazor). Pero en la vida hay errores sin solución. Se acaba así una temporada extraña. El año que viene, más Segunda División. El sueño ya no es ni pesadilla. Simplemente es apatía. Vallecas, algún día, volverá a sentir. Es lo que tiene este barrio, que nunca baja los brazos.
