Se podía morir, pero no así. Chutó Milovanovic, desvió Lejeune y se acabó. Con la crudeza de un gol de rebote, Vallecas despertó del sueño que más le hacía soñar. Game over. Esta vez no habrá sendero a La Cartuja: el torneo del KO se acabó en dieciseisavos. Palo mayúsculo para una afición que no exigía ganar la Copa, pero sí tenía depositadas muchas ilusiones en revivir, al menos, algo parecido a lo del año pasado. Mágico. No podrá ser. El Rayo Vallecano firmó un partido muy decepcionante y se marchó por la puerta de atrás. Jugó sin garra, sin generar apenas ocasiones de peligro, sin transmitir la sensación de un equipo que quiere engullir. Activó el piloto automático y cuando quiso darse cuenta, le estaban ganando 2-0. Fin al cuento. Algunos, como el de Orfeo, acaban así. Relatando una historia tan triste como la de Eskorbuto.
Porque otra vez sacó a relucir sus dos caras el Dr. Jekyll & Mr. Hyde. El Rayo llegó a El Molinón tras encadenar nueve partidos -oficiales- sin perder. Pero hay otro dato, otro rostro: sólo una victoria por más de un gol en los últimos diez envites. La Franja no acostumbra a perder, pero tampoco a golear. Y con ese guion el partido quedó condenado a un nudo inevitable; la única duda, el desenlace. Porque el pulso fue lo que se esperaba. Igualadísimo, aquel 50-50% del que hablaba Iraola en la previa. Un tira y afloja que fue de ambos y a la vez, de ninguno. Le faltaron colmillos al Tigre y pistoleros a Abelardo (llegó sin Zarfino ni Djuka; casi nada).
Tiki-nada
Y aún así, mató a un Primera. Porque en la primera mitad los guajes forzaron a volar a Diego López, que ya se recompuso ligeramente en Sagunto y en Gijón, dio un liviano golpe sobre la mesa. Buen partido y paradón a mano cambiada para frenar un obús desde la frontal rumbo a la escuadra. El Sporting tuvo esa y un zurdazo de Otero a las nubes. Nada más. Querían el balón, pero no lo conseguían ante un Rayo dominador y clemente. Tocaban, tocaban y tocaban los vallecanos sin terminar de intimidar a Mariño. El ya famosísimo tiki-nada. Sólo Álvaro García lograba partir la muralla y al llegar a posición de disparo, en vez de probarlo, siempre buscaba un pase atrás.
Por el resto, nada. Falcao, desaparecido; Salvi, desaparecido; Nteka, muy enérgico, pero nada peligroso. Tampoco los laterales, ni Mario Hernández ni Chavarría, ambos tímidos a raudales. No tenía la posesión el conjunto local, pero se sentía cómodo. Aguardando una oportunidad que llegó en el minuto 56: Milovanovic disparó con la zurda a la media vuelta, el balón dio en la cabeza de Lejeune… y perforó la portería. Harakiri en Gijón. De golpe y porrazo, Iraola llamó a Fran García, Isi y Camello. All in para intentar achicar aguas en un barco que se hundía. No surtieron efecto y tuvo que introducir a dos cañones más: Comesaña y Trejo. Acabó con todo el Rayo y sin embargo, apenas tuvo que hacer una sola intervención Mariño. Fue un partido decepcionante.
Hasta el 82’…
“Pasan los años, pasa tu vida, pasan los meses, pasan tus días, pasan las horas, también tus minutos…¡Este puede ser tu último segundo!”, repetía una y otra vez una voz en la cabeza de Iraola. Hasta el minuto 82 no generó su Franja una clamorosa. Sí, hasta el 82′, prácticamente nada. Fue un testarazo de Camello en la frontal del área pequeña que salió alto. Poco después probó suerte Lejeune con un zurriagazo de falta que blocó Mariño. Y c’est fini. Hasta esos coletazos finales no amagó con rugir el León de Nevir que, cuando quiso darse cuenta, ya estaba enjaulado. Transformado en gatito. Lo mató Milovanovic con un testarazo tras una falta a la que nadie siguió el rebote: el balón dio en el larguero y el killer, totalmente solo, lo mandó a la red. El colmo del desenchufe.
Ganó el Sporting con poco y eso dice mucho de un Rayo que cerró una edición copera decepcionante. La importancia del cómo, es mucho en la vida. No es perder, sino cómo se pierde. No es despertar, sino cómo se despierta. Y ambas fueron tan amargas que dejaron los cuerpos gélidos. El mismo Rayo que hizo soñar con una final de Copa el 3 de marzo de 2022 (qué noche en el Villamarín), se fue con la cabeza gacha de esta edición. Había tantas ganas de revivir algo mágico, que la crudeza dejó herida. Ahora, la mente en LaLiga. Quién sabe si con la mirada en un solo rumbo, el barco puede llegar aún más lejos. Quién sabe; tal vez la historia triste… acaba en historia histórica.