“Iba por la calle con dos amigos cuando el sol se puso. De repente, el cielo se tornó rojo sangre y percibí un estremecimiento de tristeza. Un dolor desgarrador en el pecho. Me detuve; me apoyé en la barandilla, preso de una fatiga mortal. Lenguas de fuego como sangre cubrían el fiordo negro y azulado y la ciudad. Mis amigos siguieron andando y yo me quedé allí, temblando de miedo. Y oí que un grito interminable atravesaba la naturaleza”. (Diario de Edvard Munch).
En 1893,el pintor noruego, muertas su madre y su hermana por tuberculosis y heredero de un padre obsesivo con la religión mostró algunas de sus pulsiones vitales en uno de los cuadros más reproducidos del siglo XIX.
La primera versión de su lienzo más famoso no se llamó “El Grito” sino “La desesperación” y una obra posterior tuvo como título “La ansiedad”, por lo que podríamos pedir a Plataforma ADRV que pusiera el nombre de Munch a uno de los tramos de la Carrera del Rayismo, quizá el del avituallamiento, en homenaje al noruego que junto con Jan Berg mejor reflejó en su obra,sin saberlo,el sentir del aficionado a la franja en estas últimas semanas.
El Rayo Vallecano, a quien el motor de su fueraborda dejó tirado a escasas millas de la orilla por exceso de aceleración y defecto de mantenimiento (su dueño no quiso en enero hacer la revisión mecánica) confío en la corriente durante un tiempo hasta que una marejadilla se convirtió en marejada y la embarcación se fue escorando mar adentro. De nada parecían servir las paladas que los marineros,cada vez más escasos los sanos y agotados, daban. El capitán intentaba poner orden y los bukaneros al fin pudieron remar pero comenzó a entrar agua en la embarcación y todos temimos lo peor.
La desesperación era tal que todos se acordaban de Munch al llegar la visita a Cornellá-El Prat donde uno de los marineros más queridos y uno de los menos se habían asentado buscando una vida, sino pirata, mejor.
El Espanyol de Vicente Moreno había avistado tierra y solo estaba a la espera de poder echar el ancla. Se notó en sus marineros, que felices de ver la playa tomaron las cosas con calma.
El Rayo comenzó el partido rumbo a la portería de Diego López y pudo tener su oportunidad si Mateu Lahoz no hubiese confundido a Óscar Valentín con Michael Phelps. El valenciano quiso ver en el agarrón al todocampista la última brazada a meta del tiburón de Baltimore y así no solo no castigó al infractor sino que privó al Rayo de una acción posterior de peligro.
La jugada supuso una prueba de nervios para los de Iraola, que volvieron a cercar con saques de esquina el arco perico pero ante la falta de acierto practicaron una política de riesgo cero, ni una palada mas larga que otra,todas en la misma dirección.
La primera parte parecía abocada a la melancolía hasta que llegó “el grito ahogado” .
Tras disfrutar de varias faltas en las que el balón salió del área con la misma facilidad que entró la franja cambió de lanzador. Trejo puso el balón a la olla y una sucesión de rebotes terminó en la cabeza de Mario Hernández que apurado, disipó una posible contra enviando la pelota al área a bote pronto. Allí estaba Catena que intentó peinar o prolongar,el balón llegó a Guardiola cuyo defectuoso remate terminó en gol gracias a un Diego López tan sorprendido como desafortunado, que no fue capaz de sacarse la pelota de encima con acierto.
El giro de guión que necesitaba la franja llegó antes del descanso y éste sólo reforzó la idea del Rayo y desconectó a los locales que intentaron más por obligación que por convicción el empate.
Pudieron lograrlo en un remate cruzado de RDT que rozó el palo. Raúl, al que Dimitrievski “comió el coco” con éxito,no tuvo su día. Ahí se terminó el Espanyol y emergió el Rayo, mandón, ordenado atrás y con el balón, moviéndolo con criterio y llegando al área con facilidad como demostró Álvaro García quién pudo sellar el choque con un tremendo disparo al palo.
Vicente Moreno buscó agitar el partido con la entrada de un Embarba hipermotivado ante la franja y muy agresivo ante su “sucesor”, pero éste, Isaac Palazón Camacho se agigantó de tal modo que hizo la pelota suya, luchó hasta la extenuación cada balón y lo escondió de modo que el Espanyol nunca tuvo opciones reales de empatar.
Los marineros de reemplazo Unai López y Pathe Ciss cumplieron con sobriedad su labor , Randy Nteka aportó la energía necesaria y Mario Suárez evitó problemas en unos minutos que se hicieron eternos y agónicos más por la necesidad de ver tierra que por el peligro perico.
El grito ahogado del gol de Sergi que todos vimos en fuera de juego menos las líneas del VAR dió lugar a uno de alivio, exultante pero agotado,cuatro meses después del último y divisando, aún lejos pero cerca, tierra firme.
Barcelona, puerto de mar.