No todos los días pueden ser sábado, como hay sábados muy lunes. Este lo fue. Tras tres victorias de sobresaliente, tocó una de esas derrotas toscas que dejan el cuerpo raro, similar a cuando sientes que no estás enfermo, pero tampoco sano. Estás raro y no sabes describirlo. La Franja se llevó un -cruel- sopapo que la dejó tiritando. Un tirón de orejas que no empaña su brillante temporada, pero sirve como aviso a navegantes. Osasuna anuló al Rayo, le ganó la batalla de la pizarra y la intensidad. Y ahí empezó a fraguarse un pinchazo incontrolable.
Y eso que se viajó en sobreaviso: jugar en El Sadar, donde no se ganaba desde hace 18 años, iba a ser sinónimo de dureza y lentitud. Tatuajes de Osasuna, un club que basa su estilo en la disciplina -casi tiránica- atrás y la agresividad en área rival (oigan, 40 temporadas en Primera lo avalan, la fórmula funciona). Iba a ser claramente un choque de estilos… Pero no consiguió ganarlo el Rayo. Más acostumbrado a la varita y al descaro, el equipo revelación no dejó ni una sola chiribita por Pamplona. Trejo estuvo mal, Falcao no apareció y Dimitrievski tuvo que achicar un par de cubos de agua. Todo, en un partido que circuló como coche por autopista de un carril y límite de 80kms/h. Viaje tedioso frente al televisor. No fue un duelo memorable, desde luego.
En los dos capítulos la Franja fue irreconocible, y la culpa estuvo en el medio. Si tu estilo es la pelota y te fallan los peloteros, estás condenado a vagar; improvisar. Y eso le pasó al escuadrón de Iraola, que acostumbrado a proponer, fue incapaz de dar tres pases seguidos, desatando una mezcla de confusión y frustración. Trejo, como cualquier ser humano, también tiene días malos y este fue el suyo: desaparecido en el enganche y lento en los regates. Le faltaba 3-En-Uno, como frescura el dúo Comesaña-Ciss. En la primera parte Osasuna tuvo tres ocasiones y todas llegaron tras robos en el puerto de mando rayista. La más clara, un zurdazo de Kike García casi sin ángulo que despejó Dimitrievski. El Rayo se fue a vestuarios con un dato abrumador: 0 disparos a puerta. Y una alerta sonando en su cabeza. Algo fallaba. Y nadie daba con el remedio.
Tal era el atasco, que Iraola decidió cambiar al ala norte de una tacada: fuera Trejo y Falcao; dentro Nteka y Guardiola. Tampoco fue el partido del Tigre, que se enfrentó a la muralla más incómoda hasta el momento (un marcaje de David García y Unai García que le impidió moverse y combinar; hacer cualquier cosa). No fue tarde para él y acabó enfilando el banquillo a la hora de juego. Actuación gris. Lo dicho, no todos los días pueden ser sábado. Nada cambió en el guion: era el minuto 70 y el Rayo sólo había disparado una vez entre los tres palos, un derechazo inocente de Sergi Guardiola. Seguía la parálisis de la Franja. Y siguió hasta el final.
Saveljich la tuvo por alto, pero su cabezazo entre una maraña de rojillos salió elevado. Y no hubo más. Nada. El partido tenía tanta dictadura de lo táctico que la magia estaba prohibida. Como bailar en Footloose. El orden como máximo exponente. Y el respeto… Hasta que se perdió en el 91′. Hora de la guinda: Manu Sánchez, entrando como un extremo derecho, aprovechó un centro para cabecear totalmente solo en el área. Y decantar un partido que pasó de gélido a dramático. Vallecas, que ya apagaba el televisor pensando “vaya dos horas me han dado estos muchachos”, pasó del bostezo al sopapo. Tirón de orejas y frenazo antes del parón de selecciones.
Osasuna fue mejor y sanó su quiste como local: llevaba cuatro partidos seguidos sin ganar en El Sadar. El Rayo, que no fue el Rayo, sí fue peor y perdió de la manera más cruel, en el descuento. Fin a la racha de cinco jornadas de imbatibilidad: no se caía desde San Sebastián (1-0). El Santa Inés hace parada obligatoria en boxes tras llevarse un balazo. El camino a Europa tiene baches y forajidos. Sobresalto en pleno sueño.