Si hace dos meses le hubiesen dicho al Rayo Vallecano que aún le quedaba una bala para engancharse al ascenso directo, le habría parecido una broma. Pero era cierto. Ganar a Sporting y a Mirandés (aplazado) era sinónimo de situarse a 6 puntos de los dos tronos más altos. Así de ‘sencillo’. Hace unas semanas, Bebé, en la entrevista que concedió para Unión Rayo, ya dejó caer esta posibilidad: “Si estamos concentrados, podemos sacarlos. Y serían muchos puntos de golpe”. De la nada y casi sin verlo venir, la tormenta había tornado en paraíso, y la apatía en algo parecido a la ilusión, pero todo se esfumó como el humo de un cigarro. Porque al Alcorcón se le goleó (0-3), pero con el Sporting no se pudo. Frenazo y latigazo cervical.
En el primer cuarto de hora ya quedaron dos cosas claras. La primera, que el Rayo sólo sabe jugar cuando tiene la posesión; es un equipo que sufre una inmensidad al defender, que no sabe vivir sin dominar. Sin pelota está perdido. Y la segunda, que el mito del resucitador ya es casi una leyenda: van cientos de porteros o rivales que, tras enfrentarse al Rayo, viven actuaciones honorables. Esta vez le tocó a Pedro Díaz, jugón absoluto, pero que seguramente recordará con especial alborozo el enorme zapatazo que clavó en la portería de Payaso Fofó. Derechazo desde casi 30 metros que entró por la mismísima escuadra.
Había empezado mal el Rayo, pero ese gol fue lapidario. Y a la vez taurina, como siempre. En las canutas es cuando la Franja se arremanga y recupera su esencia, su garra. Porque a partir de ese momento y hasta el descanso sólo existió el Rayo. En forma de vendaval se sucedieron las ocasiones: trallazo de Bebé, volea de Andrés Martín, derechazo rozando la cruceta de Mario Suárez… Y hasta un larguero, de cabeza, de Óscar Valentín. Fue una media hora brillante del equipo. Ocasión tras ocasión, pero entre Mariño y el infortunio, no llegaba el gol.
Y no llegaría. En la segunda parte el guion volvió a ser más el del primer cuarto de hora que el del tramo final de la primera parte. Fútbol lento, soso y sin gracia. El Sporting armó un esquema rocoso y se dedicó a defender lo logrado. Y el Rayo, como si durante el descanso se hubiese tomado una valeriana en vaso de sidra, salió amodorrado. No había ni chispa ni verticalidad. Y tal era el drama, que Iraola decidió inyectar diésel: Isi, al campo.
Con el de Cieza el equipo despertó, pero todo eran desbordes laterales que acababan sin rematador. Mucha banda y poca área. Soluciones a eso: para dentro Antoñín y Guerrero de una tacada. El equipo se echó a las armas casi con más hombres en ataque que sobre el campo. Y para nada. Fue un all in sin premio. El mismo Rayo que había marcado 6 goles en los últimos dos partidos, esta vez se fue seco de Vallecas. Las piernas dejaron de dar y la cabeza no pensaba con claridad. Todo era aburrido y previsible. La Franja sólo hizo dos disparos a puerta en toda la segunda parte (y uno fue de Manu Navarro, al chaval, que salió en el 85′). Se diluyó y, con ella, gran parte de la ilusión.
La derrota es un frenazo en seco a las aspiraciones de ascenso directo. Y un disparo al corazón del playoff (en el cual el equipo continúa gracias a que la Ponferradina también se estrelló, en casa, ante el Logroñés). Mal de otro, consuelo propio. El ascenso directo vuelve a ser una utopía para un equipo que regresa a la dictadura del todo a la promoción. Bailando en el limbo, eso sí; coqueteando con caer de la sexta plaza cada jornada. Ahora, para inri, llega un gigante con pies de plomo: Almería (viernes, 21:00 horas). El vértigo a pelear por lo más alto es algo crónico.