
Pasan las horas desde que Álvarez Izquierdo diese por finalizado el Rayo-Real Madrid y no desaparece del cuerpo de ninguna persona que ame la franja el sentimiento agridulce del casi, ese casi milagro que es plantar cara a uno de los dos equipos más poderosos de España y casi levantarle un aterrador 0-3. Casi. Es difícil hacer desaparecer de la boca ese “se han escapado vivos” con el que salieron de Vallecas más de 11.000 personas el sábado. Porque estuvo cerca. Muy cerca.
De antemano, un duelo contra el vecino rico de la capital se afronta con ilusión, la que te hace pensar en una gesta de gigantescas dimensiones que dé la vuelta al mundo. Pero a la vez con ese miedo de ser aplastado y humillado y, en resumen, con el temor de pasar un mal rato ante el rival menos indicado. Al fútbol no se juega para pasar un mal rato y menos si están el Rayo y Paco Jémez de por medio. “Hay demasiados problemas en la calle, quiero que la gente de Vallecas venga al Estadio a pasarlo bien, que les hagamos disfrutar” ha explicado en muchas entrevistas y ruedas de prensa el entrenador del equipo franjirrojo. Jemecismo puro.
Con esa mentalidad salió el “Rayito” a Vallecas el sábado. Después de una mala semana, había en el vestuario la convicción de que se le debía un buen partido a su gente. Y así sería pero antes, toda la ilusión pareció haberse apagado al minuto dos con el gol del insaciable Cristiano Ronaldo. Los errores arbitrales (unos más perdonables que otros), las paradas de Diego López y los nuevos tantos de Benzema y Cristiano convirtieron el sueño en pesadilla en menos de una hora de juego. Y cuando todos daban por hecha la goleada, este Rayo demostró por qué es un equipo especial. Porque puede haberlos igual, pero ninguno es más especial.
El Rayo es el fútbol romántico y por ello una noche tan agradable no debía acabar así. No podía terminar de esa manera. Todos pusieron de su parte para que se diera el milagro. Paco Jémez cambió su defensa de cuatro por una arriesgada línea de tres, dando entrada a Larrivey por Arbilla. Toda la carne en el asador. Los Viera, Lass, Saúl, Falqué o Bueno pusieron, si era posible, una marcha más. Y la grada de Vallecas encendió sus ánimos hasta el máximo. Incluso el Real Madrid colaboró con unos minutos de desconcierto total. Vallecas se envolvió de un clima mágico que invitaba a creer a ciegas en una hazaña histórica del “Rayito”.
Al final, el intento de gesta quedó en eso, en un intento, un casi de sabor agridulce. El Rayo zarandeó y sonrojó al Real Madrid con su fútbol durante 90 minutos, pero ni siquiera todo ello fue posible para que la película terminara en beso y final feliz. Mirar la clasificación no es un buen remedio, pero sí es necesario y, pensándolo bien, queda mucha Liga. Si nos dejamos llevar por esas sensaciones que tanta importancia tienen en el mundo del fútbol, muchos coincidimos en que el equipo de Paco Jémez debería estar por encima de su posición y sus puntos en la tabla. La única sensación palpable es la del derbi, y esa se resume en una palabra: orgullo. Millones de personas vieron la valentía y grandeza de este Rayo. Y ahora sí, viene el Celta…
