El Rayo Vallecano se ha vuelto adicto a hacer soñar. A hacer historia. Y Montilivi, sin quererlo ni pedirlo, se ha convertido en La Meca emocional de la Franja. Allí ascendió a Primera el 20 de junio de 2021 y hoy, 209 días después, ha roto un techo de acero: el Rayo volverá a jugar unos cuartos de Copa tras 20 años (la última vez fue en 2002; lo eliminó el Real Madrid, ganando 4-0 en el Bernabéu y perdiendo, ya en la vuelta, 1-0 en Vallecas). Al escuadrón de Iraola le sabe tan a poco estar peleando por jugar en Europa la próxima temporada, que ha decidido subir la apuesta. Y el billete a cuartos, dorado, fue cortesía de Luca Zidane y Sergi Guardiola, héroe y goleador, respectivamente, de otra noche para los archivos de Payaso Fofó. Imborrable, eterna. Montilivi llevó a la historia, otra vez.
Faltaron cinco titulares en el once de Iraola, dos por lesión y tres por decisión técnica. Ni Dimitrievski ni Álvaro García viajaron por molestias, mientras que Saveljich, Trejo y Falcao empezaron en el banquillo, dejando sus plazas a Mario Suárez (de nuevo, central en Copa), Pathé Ciss y Sergi Guardiola. Bebé fue el escogido en banda y bajo palos, Luca Zidane, de vuelta al escenario donde protagonizó una de sus mejores actuaciones. El portero sigue a un nivel sobresaliente y es incomprensible que esté pasándose toda una temporada en el banquillo, pero también lo sería en el caso de Dimi. El -bendito- problema es que los dos son muy, muy buenos. El Girona, por su parte, salió sin Stuani y con cuatro titulares de aquel 20 de junio: Juan Carlos, Juanpe, Santi Bueno y Arnau. Amargo dejá vù para ellos.
Y eso que empezaron dominando, ilusionando a su gente con tintes de vendetta. El Rayo tocaba en demasía y el Girona, con tres pases de bellaquería, llegaba a las fauces de Luca. Sus guantes resultaron providenciales para sostener el 0-0 todo lo posible, llegando a firmar una doble intervención inexplicable que dejó a Montilivi helado de incredulidad. Poco a poco los de Iraola se fueron asentando y tuvieron dos clarísimas: un gol anulado a Sergi Guardiola por falta previa de Óscar y un larguerazo de Isi que hizo saltar astillas de la cruceta. El berciano le pegó a una falta desde la frontal con tanto mimo que el balón, más que volar, levitó sobre la barrera y no dio premio por centímetros. Se asomaba el 0-1 por debajo de la puerta.
Pero esa ilusión no fue más que un trampantojo, porque quien se adelantó, entre un mar de protestas, fue el Girona. Bernardo cabeceó totalmente solo un córner a la jaula, desatando la euforia en la localidad catalana, que probaba por fin el sabor de la vindicta. La polémica nació de una posible falta en el punto de penalti, previa el remate. Hasta dos jugadores del Rayo cayeron al suelo, alegando agarrones y zancadillas. De todo. Para Cordero Vega, nada y para el VAR, más de lo mismo. El gol subió al marcador y el Rayo, enrabietado, prometió una reacción que fue un alud.
Porque desde ese momento sólo existió la Franja, más rápida en las transiciones y valiente para probar fortuna desde donde fuese. Bebé, con dos disparos ‘a lo Bebé’, avisó antes de que Sergi Guardiola empatase de volea. Fue a orillas del descanso, ya en el descuento: el delantero se encontró un rechace en la corona del área y con la fiereza que llevaba acumulada, le pegó y la mandó a la red, previa palmeada estéril de Juan Carlos. Un golazo que desató la euforia en los más de 200 rayistas desplazados a Girona y formó una piña en el banquillo. Luca, a 80 metros, presenció una volea con copyright en su padre.
Con la flechita para arriba se fue el Rayo al descanso y con la misma apuntando al cielo, volvió. Fueron 2 minutos los que tardó Sergi Guardiola en aparecer de la nada para hacer el 1-2. Ibrahima Kebe, inocente en demasía, cedió un balón hacia Juan Carlos sin percatarse de que el delantero rayista, doctor en picaresca, observaba la escena con la escopeta cargada. Corrió hacia el portero, taponó el despeje y mandó el esférico a la jaula. Bernardo, cacique de los catalanes, lanzó el balón de ira y Míchel, cariacontecido, vio como toda la charla del descanso se fue al traste en lo que dura un relámpago. Su Rayo le había dado la vuelta a la eliminatoria y la misión, difícil de serie, tornó en quimera.
Que no imposible, porque entró Stuani y con él sobre el campo, esa palabra no existe. La más clara para las tablas llegó en el minuto 70, cuando Cordero Vega señaló un penalti insultante de Catena sobre Bernardo. El rayista empujó levemente al colombiano por detrás y este, con picardía, se lanzó al suelo exagerando la acción y propiciando que el árbitro mordiese el anzuelo. El VAR, al ser un gris (porque el contacto, por muy leve que fuese, existió), no entró. Asumió la responsabilidad Stuani, le pegó con potencia a su izquierda y se encontró con los guantes de Luca, santificado de nuevo. Y llamando con fuerza a las puertas de la titularidad, palabras mayores teniendo en cuenta que eso supondría sentar al Santo de Kumanovo. Meritocracia disparada.
A partir de ahí se desató un cuarto de hora final de infarto. El Girona mordió el machete con fuerza y apretó intentando forzar la prórroga ante un Rayo sólido en defensa, pero algo nervioso dentro del área. A esas alturas tanto Mario Suárez como Catena tenían tarjeta y tocaba andar con pies de plomo. Iraola introdujo a Falcao y ordenó tirar de corazón. Y sus soldados obedecieron, pese a que Pablo Moreno diese el susto final con un gol anulado por fuera de juego. La Franja remontó en la tierra prometida y jugará, 20 años después, unos cuartos de Copa del Rey. Está a 90 minutos, tal vez 120′, de plantarse en unas semifinales. Mirando fijamente a La Cartuja, nada de reojos. “Si no te abandoné en Segunda B, imagina lo que haría por una final de Copa”, decía la pancarta que despidió a los jugadores antes de zarpar a Girona. Pues eso, imaginen.